El amor es un torbellino by M.D. Grimm

El amor es un torbellino by M.D. Grimm

autor:M.D. Grimm [Grimm, M.D.]
La lengua: spa
Format: epub
editor: Dreamspinner Press
publicado: 2014-12-04T00:00:00+00:00


CALEB NO quería que Ryan se fuera, pero no había nada que hacer. Si iba a tener esa polla en su interior, necesitarían lubricante y mucho. Pero también tenía planeado convencerlo de que había que ser justos, y que él también podía follar al hombre toro. Caleb tiró la bata y decidió tomar una ducha rápida. No lo había hecho la noche anterior, y sabía que el sudor y los olores de ayer se aferraban a su piel. Prestó especial atención en limpiar su culo y su miembro. No dejó de tocarse para mantener firme su erección. Ryan no debería tardar demasiado. ¿Cuán difícil era comprar un tubo de lubricante?

La emoción hacía que mariposas revoletearan en su estómago, y se cepilló los dientes por si acaso. Pero mientras se cepillaba, se dio cuenta de que debió haberle dicho Ryan que también comprara condones. ¿Tenía alguno? ¿Realmente los necesitaban?

Entró al dormitorio y rebuscó en las maletas y en los bolsillos de sus tejanos, y solo encontró uno, y ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaría allí. Esperaba que no los necesitaran. Odiaría tener que hacer que Ryan fuera a la tienda de nuevo.

Ya que la puerta se podía ver desde la cama, se sentó en ella y se puso a pensar en lo que iban a hacer. ¿Qué pasaría después? Trató de no pensar en ello, asustado de arruinar todo, pero su mente no callaba. ¿Debería decírselo a su madre? ¿Y había llegado el momento de que Torbellino se jubilara? Torbellino tenía ocho años, después de todo. Aunque algunos toros participaban en rodeos hasta pasados los diez años, ¿era eso lo que Torbellino deseaba?

Pasó las manos por su cara. Quería una relación con Ryan. Una relación verdadera, pública. Quería que pudiesen caminar por la calle tomados de la mano. Quería manejar el rancho con Ryan una vez que su madre falleciera. Quería una vida con Ryan, no una vida a medias.

Con un suspiro, se dejó caer en la cama y se quedó mirando el techo. Tantos pensamientos le habían hecho perder su erección. Tendrían que ir a casa después de esto. ¿Y entonces? ¿Qué era lo que Ryan deseaba?

Alguien de repente llamó a la puerta, haciéndolo saltar por la sorpresa.

—Olvidé mi tarjeta —dijo Ryan con voz apagada—. Abre, Caleb.

Se acercó y abrió la puerta. Ryan tenía una gran sonrisa en su rostro y levantó una botella de lubricante. Una botella muy grande.

—¿De verdad piensas usarla toda? —preguntó Caleb, incapaz de contener la risa.

—Con el tiempo. —Ryan entró, cerró la puerta y atrapó a Caleb en un beso lujurioso. Sus dudas huyeron como agua entre sus dedos cuando Ryan lo bombardeó con sensaciones. Lo fue guiando hacia la habitación, quitándose la ropa. Sintió la parte posterior de sus rodillas golpear en la cama, y Ryan lo empujó de nuevo.

A Caleb le gustaba el juego rudo. Se apoyó en los codos. Ryan dejó la botella de lubricante en la cama y se inclinó sobre él, desnudo y glorioso. Las ventanas de la nariz de Ryan se abrieron.



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